05 ottobre 2010

I pirati liberali? Ma dove?

In risposta a questo delirante articolo di Giulio Giorello che prende spunto dall'ancor più delirante libro di Peter Leeson The invisible Hook pubblico questo articolo, in spagnolo.



Marx, Engels y Jean Lafitte el Bucanero

Pedro Bravo Elizondo *



El tema de los piratas y el mar es uno de mis favoritos, tal vez porque desde pequeño escuché historias en la bahía del viejo Iquique sobre Francis Drake. Su osadía le permitió enfrentar el Cabo de Hornos en su recorrido á la James Bond con licencia de Isabel II para asolar y robar en los dominios de la corona peninsular, incluyendo la entonces miserable caleta de donde provengo. Pero aquí en USA la historia toma otros rumbos, pues de la diversa gama de piratas, bucaneros y corsarios, surge uno de los personajes más sui generis, Jean Lafitte nacido en Port-au-Prince, Haiti en 1782 hijo del francés Marcus Lafitte y madre judía española María Zora Nadrimal. Al año de nacer murió su madre y Jean fue criado por su abuela Zora Nadrimal quien según Jean demandaba obediencia por la razón más que por emoción o castigo. En 1805 se efectuó la primera reunión o asamblea de piratas y contrabandistas en New Orleáns. Los modales, elocuencia e intelecto por los que fue siempre reconocido, elevó a Jean al título de “boss” o jefe de los bucaneros los que se establecieron en la Isla Barataria al sur de New Orleans. Lafitte navegaba con patente de corso otorgada por Cartagena de Indias para atacar navíos españoles e ingleses.

En los cientos de libros dedicados a los piratas, la cita inevitable del Capitán Charles Johnson en “A General History of the Robberies and Murders of the Most Notorious Pirates” (Londres 1724) nos permite saber de la existencia en la isla de Madagascar, nido de piratas, de la cofradía denominada “Libertalia” donde el rechazo a la monarquía y todo lo que ella significaba adquirió existencia: un socialismo utópico que rechazó la idea del poder absoluto, abogó por el reparto y distribución de la riqueza, y los derechos y obligaciones de los hombres. Recordemos que la comunidad de estos hombres de mar, observaba un código de conducta y convivencia. El capitán, elegido por la tripulación, tenía poder absoluto en las batallas o encuentros, pero en otros asuntos debía respetar la opinión de la mayoría. Cada hombre tenía el derecho a raciones frescas y licores que hubiesen sido saqueados. No era permitido el juego de cartas o dados por dinero. Las luces y velas eran apagadas a las ocho de la noche, y si alguno continuaba bebiendo debía hacerlo en la cubierta. Era obligatorio mantener alfanjes y pistolas siempre en buen estado y limpios. Muchachos y mujeres no eran permitidos abordo. La deserción era castigada con la muerte o abandono en isla desierta. Nadie podía golpear a otro abordo, pero las disputas podían realizarse en tierra. Todo aquel que en combate resultara lisiado o perdiera un miembro recibiría compensación. El capitán y su lugarteniente recibían dos partes de un botín; el contramaestre y artilleros una parte y media, y el resto de los oficiales una y un cuarto. Cito parte de este código para entender lo que más adelante diremos de Lafitte y su pensamiento acerca de lo conocido en su tiempo como “una Utopía pura y simple.”

En la llamada Guerra de 1812 en que Inglaterra trata de recuperar las trece colonias que declararon su independencia en 1776, una de las batallas decisivas se libró en New Orleans el 8 de enero de 1815. La defensa fue encargada a Andrew “Old Hickory” Jackson quien contaba con escasas fuerzas, reducidas armas y pocas municiones a tal extremo que los hombres de Kentucky a los que pidió acudieran en su ayuda, dos tercios de ellos no tenían fusiles. Jackson quedó atónito: “No puedo creerlo. Nunca he visto en mi vida a nadie de Kentucky sin un arma, sin un juego de naipes y ni un galón de wiskey”. Es entonces que se hace presente Jean Lafitte el bucanero de Barataria en los “bayous” de Louisiana para ofrecerle ayuda a Jackson.[1] Con sus hombres, rifles, pólvora y lo más importante con artilleros de experiencia fueron decisivos en la defensa de la ciudad, derrotando a las fuerzas superiores de los ingleses. El presidente James Madison reconoció su aporte y decretó amnistía y perdón a los corsarios de Barataria, por delitos cometidos antes del ocho de enero de mil ochocientos quince.

En recuerdo de esta hazaña y homenaje al bucanero, Cecil B. de Mille produjo en 1938 “The Buccaneer” con Frederick March y en 1958 Paramount estrenó con el mismo título el film en que Yul Brynner desempeñó el rol de Lafitte y Charlton Heston el de Andrew Jackson.

Para referirme al tema entre manos, dejaré de lado otros hechos en la vida de Lafitte, excepto que vivía en Saint Louis (Missouri) con su esposa Emma y dos hijos, Jules y Glenn Henri. En junio de 1847 Lafitte viajó a Europa, [2] y registró el hecho con fecha, Lunes, Abril 24, 1848: “Dejé Saint Louis deteniéndome en diferentes lugares de interés. Regresé a América en enero de 1848.Siempre me he sentido inquieto, insatisfecho y he ansiado un cambio universal de la actitud del hombre hacia el hombre. Personalmente nunca he pasado hambre ni sentido necesidad alguna, pero jamás he sido como mucha gente que se contenta con vivir entre cuatro paredes, sin interesarse en lo que ocurre más allá de su horizonte” (131).

Estuvo en Berlín, Bruselas, Antwerp y Ámsterdam, lugares donde sostuvo entrevistas con jefes de iglesias, del gobierno francés e incluso con gente del bajo pueblo. Anotó en su Journal: “Me encontré con los señores Michel Chevreul, Louis Braille, Augustin Thierry, Alexis DeTocqueville, Karl Marx, Frederick Engels, Jules Michelet, Urbain LeVerrier, Francois Guizot, Louis Daguerre y muchos otros” (132. El lector notará que los nombres mencionados corresponden a un Quién es Quién en Europa en esos años. [3] Añade que las razones por las cuales pasó tiempo conversando con inventores, historiadores y químicos fue el hecho de que encontró que la información obtenida en sus entrevistas fue sensata, razonable, acertada. Agregó: “Nadie sabe de mis verdaderas razones para mi misión en Europa”.
Laffite abrió una cuenta corriente en un Banco de París, un depósito “para financiar a dos jóvenes Marx y Engels y ayudarlos a hacer realidad la revolución de los trabajadores del mundo. Ellos están ahora trabajando en esto, bosquejando leyes en Alemania, Francia, Bélgica y Holanda. Confío en que la nueva doctrina y Manifiesto derribará a Inglaterra, pues España ahora es débil, (no es imperio). Siempre fue para mí un placer e intención abrazar toda causa por la libertad, el romper y arrebatar reinos a los monarcas”. Más adelante agregó: “Gran parte del oro que poseía lo puse a buen uso, ayudando a los idealistas en economía e inventores en Francia, Alemania y Bélgica, como así también a unos pocos inventores (norte) americanos” (134). El ideal utópico que mantuvo en su vida de bucanero y “privateer” se manifiesta en los párrafos subsiguientes de su Journal: “En un tiempo tuve conmigo naves y poderío, pero apareció de parte de mis subalternos la oposición para contrariar mis esfuerzos, al  aceptar regalos contrarios a las reglas, disciplina y acuerdos de la Comuna en Galveston. Nunca he lamentado los sacrificios y pérdidas que me causaron, pues donde hay esperanza o voluntad, hay vida” (133).

“Estoy entusiasmado con respecto a los manifiestos y otras ideas para el futuro, y de todo corazón apoyo a estos dos jóvenes Marx y Engels. Tengo esperanzas y confío que sus proyectos puedan unirse en una doctrina fuerte que remueva los cimientos de las grandes dinastías y permita que sean destruidas, devoradas por las clases bajas”. Tiene razón Lafitte para decir jóvenes, pues Marx tenía veintinueve años y Engels treinta y uno. El ex - bucanero ya contaba con sesenta y cinco años. Al comentar sobre la conducta de naciones y tribus salvajes, arguye que poseen algunas enseñanzas básicas en ética y códigos de conducta, pero nadie ha podido descubrir o escribir sobre las causas reales de los males cometidos por el hombre contra el hombre. Concluye que es la explotación del hombre por el hombre. Es aquí cuando insiste nuevamente en que abrió la cuenta bancaria en París para ayudar a “ los dos jóvenes, Marx y Engels a descubrir y describir las causas para que la humanidad pueda progresar más allá de los efectos de esta oposición (explotación del hombre por el hombre)” (135).

Recordemos que el Manifiesto fue publicado en 1848. El ex-bucanero en conversaciones con Marx le dio sus puntos de vista en lo referente a comunas y capitalismos. De las primeras tenía amplios conocimientos y experiencia por su trayectoria en Barataria y la isla de Campeche, más tarde llamada Galveston, Texas.

En la misma fecha que cito antes de su diario, añadió que “Cierta gente me preguntó por qué estoy tan entusiasmado sobre las reformas sociales y la economía política de Europa. Cada idealista escribe de lo que debe suceder. Todo idealista sabe que el escribir constituye los rudimentos hechos en base a la articulación del pasado. El señor Marx es un idealista consumado”.

A su regreso a Estados Unidos buscó la ayuda de su cuñado John Mortimore para que entregara copias del Manifiesto a su amigo Abraham Lincoln quien a estas alturas tenía treinta y nueve años y había sido elegido para la Cámara de Representantes por Illinois en 1846. Lafitte en correspondencia posterior con Lincoln recibió la siguiente respuesta: “Gustosamente estudiaré el manuscrito sobre capital y trabajo y el manifiesto de compensación a los trabajadores”. [4] Qué ocurrió posteriormente con los sueños de Jean Lafitte concernientes al Manifiesto Comunista, no lo sabemos, pero sí que jamás olvidó el tiempo que pasó con los dos jóvenes que llamó idealistas, pues en el diario de vida que mantuvo por varios años a menudo se refirió a esta experiencia. Próximo al final de su extraordinaria existencia, escribió en su Journal las memorias de su vida las que pidió que no se diesen a conocer hasta pasados ciento siete años de su deceso. Fue así como su biznieto John A. Lafflin o Lafitte lo publicó en Vintage Publishers en 1958. Los originales escritos en francés están en posesión de Sam Houston Regional Library y el Research Center en Liberty, Texas. Lafitte falleció el 5 de mayo de 1854 en Illinois, según Edwin A. Davis (Louisiana. A Narrative History. Baton Rouge, 1971).

Si lo que he querido narrar de mi investigación, no fuese verosímil para el lector, pues la vida del galante corsario o “privateer” como prefería autodenominarse, encierra aún algunos vacíos, podemos pensar que la Historia a veces juega ciertas pasadas que parecieran ficción, lo que en buenas cuentas no está mal, pensando que ficción es cómo debiera haber ocurrido algo. Prefiero creerlo así.

Wichita State University




[1] El 3 de septiembre de 1814, el capitán inglés Nicholas Lockyer le ofreció a Lafitte, en nombre de su gobierno una recompensa de $30.000 y el título de capitán al servicio de Inglaterra para luchar a su lado contra el naciente país. Lafitte rechazó tal propuesta y se comunicó con el gobernador de Louisiana quien no aceptó su generosa ayuda. Andrew Jackson la aceptó en última instancia.
[2] Cito por The Journal of Jean Lafitte. The Privateer-Patriot’s Own Story. (Lousiana, Oakdale: Dog Wood Press.  s/f). Es un facsimile del Journal publicado por su  biznieto John A. Laffite en 1958.
[3] M. Chevrel, destacado químico francés; L. Braille, creador del sistema de lectura  y escritura para los ciegos; A. Thierry, historiador que sostuvo los ideales de la Revolución Francesa y la visión de Saint- Simon de una utopía socialista; A. D’Tocqueville, historiador y teórico político, autor De la démocratie en Amérique (1835); J. Michelet, historiador, uno de los primeros en aplicar principios liberales en la investigación: “La historia debe concentrarse en la gente y no sólo en sus líderes e institucioes”. U. Le Verrier, matemático y astrónomo; F. Guizot, historiador y hombre de Estado. Originó la cita: “No ser republicano a los 20 es prueba de carecer de corazón; serlo a los 30 es  prueba de carecer de cabeza”. L. Daguerre, inventor del proceso de fotografia;
[4] Nola M. Ross. .Jean Lafitte. The Louisiana Buccaneer (Lousiana:  Lake Charles, 1990).

2 commenti:

Anonimo ha detto...

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Anonimo ha detto...

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adios.

JL